23 junio, 2014

Seres diabólicos


Dos amigos disfrutan de una charla amena y un par de pintas en un pub de C.

Esa tarde hacía mucho calor. Y mucho calor me refiero a un calor de cojones. Así que contra todos mis principios, porque sabes que siempre he odiado al Sol, descorrí las cortinas y abrí la ventana. Pero ni aún así. Así que me tuve que meter una ducha fría, a ver si así. Que por cierto, me tendría que comprar otra toalla porque esas barateras que pillé del Wilko son una mierda. No secan un pijo.

Tío, céntrate.

Son suaves, eso sí. Venga va, me centro se toma un trago de cerveza. Bueno, pues terminé de ducharme, colgué la toalla en su soporte y me metí al salón. Justo cuando pasé por delante de la ventana di una pequeña carrera hacia el dormitorio para que no me viesen los vecinos de enfrente. Macho, es que no están ni a doce metros y las ventanas son gigantes. Más de una vez he pillado al vecino sacándose un mocarro y pegándolo al sofá. A mí no me gustaría que me pillasen en ese momento de intimidad.

Ya bueno, he estado en tú casa, yo también los he visto.

Pues eso, iba hacia el dormitorio y justo escuché un zumbido. Me giré, y en esa dirección...

Le mete otro trago a la pinta. Es demasiado estrés recordarlo.

Era gigante. Como un hijo bastardo de un dragón, ¿sabes? Me miraba a los ojos, sé que lo hacía: yo era su presa y pensaba comerme.

¿El qué?

Un ser de las profundidades del infierno. Y el zumbido...ahora entiendo el miedo que pasaban los vietcoms cuando oían los helicópteros estadounidenses.

¿Pero qué era?

Un abejorro, macho. Un abejorro gigante. Total, que salí corriendo hacía el pasillo. Y cerré la puerta. Pero me di cuenta que no llevaba llaves, joder, estaba desnudo. Agarré la toalla y me la anudé a la mano como se anudan los pandilleros las cadenas para las peleas. Miré por el hueco que deja la puerta, ya sabes que son tan viejas que no cierran bien. La oí moverse hasta que se posó en un cuadro que hizo mi novia sobre unas flores que flotan sobre agua.

A ver, haberlo matado y ya está.

Tú estás loco. Me hubiese esquivado y luego me hubiese picado. Habría muerto al instante, seguro.

¡Qué te va a matar!

Que sí, tío. Cómo sé que no soy alérgico; nunca me he hecho las pruebas, nunca. Me podría haber matado.

Bueno, ¿y qué hiciste?

La idiota se quedó atrapada en la ventana. No paraba de rebotar contra ella. Me agarré los machos y cerré las cortinas para encerrarla. Me vestí, cogí las llaves y el móvil. Y esperé en la entrada hasta que se fue.

Tío, eres un cagao.

Le echa una mirada de incredulidad a su colega.

Tendrías que haber estado allí. Cuando me siento a escribir, a veces lo oigo, en serio. Es como un murmullo: el zumbido. Le he estado dando vueltas, ¿sabes? Quizás nunca salió de la casa y juega a volverme loco.

Claro.

Las abejas son inteligentes, ¿lo sabías? Si desapareciesen, nos extinguiríamos todos. Y además, dicen que son extraterrestres.

El colega mira el vaso vacio.

¿Nos pedimos otra?

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