25 febrero, 2014

Si Tyler Durden me pidiese el carnet de conducir


   Significaría que me está apuntando con una pistola a la cabeza. Que me ha sacado a golpe de culata de mi asiento en el trabajo para matarme, arrodillado, al lado de unos cubos de basura. Me diría:

   —Fede, vas a morir —me diría mientras comprueba mi cartera. Oiría el chasquido del arma cargándose mientras Tyler me disecciona—. Carnet de la biblioteca, tarjeta de crédito, tarjeta de socio de FNAC, carnet universitario... Así que un niño de papa. Dime, chico universitario, ¿qué has estudiado?

   Con el martillo accionado estaría a un golpe de gatillo de morir. Notaría mis entrañas contraerse, mi pene encogerse hasta convertirse en un punto intentando evitar la catarata de miedo que pronto correría por mi rodilla.

   —No, por favor —lloraría suplicante.
   —¿Son estos tus padres? Tus padres tendrán que ir al dentista para recoger tu historial dental. ¿Sabes por qué? Porque no quedará nada de tu cara. Contesta, ¿qué has estudiado, Fede?
   —Física
   —¿Por qué?
   —No lo sé. —Los mocos se acumularían, las lagrimas me dejarían ciego.

   Mi único entorno se resumiría en la voz de Tyler y el tacto afilado del cañón de la pistola.

   —La pregunta, Fede, es: ¿qué te hubiera gustado ser?

   Esa pregunta que tantas veces me he hecho quedaría respondida en apenas unos instantes.

   —Escritor. Quiero ser escritor.
   —Un plumillas. Bien, Fede Marcos, y qué necesitas. Quizás necesitas ponerte a escribir y ya está. —El cañón me seguiría asustando—. ¿Preferirías estar muerto?
   —No, no, no.
   —Bien. Me quedo con tu permiso de conducir —ahora notaría el aliento ácido de Tyler en mi oreja—. Te controlaré. Sé dónde vives. Si en ocho semanas no tienes escrita una novela, morirás, ¿entendido? Venga, vete a casa —me diría devolviéndome la cartera.

   Ahora huiría del lugar, corriendo a casa, mientras en mi mente resonarían todavía las palabras de Tyler.


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