A aquello le quedaban un par de caladas. A las tantas de la
madrugada era una putada, ahora tendría que vestirme y salir a buscar un poco
más de hierba. Bajé de la cama y rebusqué en el montón de ropa que había en la
esquina del dormitorio, al lado del armario, necesitaba algo que ponerme.
Si quieres que tu camello te time ve con pinta de yonki, tampoco vayas
demasiado bien vestido no vaya a creerse que tienes pasta. Hay que buscar el
punto medio. Pero en aquel amasijo de tela no había punto medio, parecía que
una rata se hubiese montado una orgia con toda mi ropa, una orgia coprófaga.
Tenía ganas de otro peta, pero también tenía pereza, mucha pereza. Me senté en
el borde de la cama mientras escuchaba como los vecinos hacían el amor por
quinta vez esa noche. Agarré a mi amante: un cartón de vino que sabía como si
hubiesen pisado sus uvas ayer, debajo de mi piso, en las mismas alcantarillas.
Para el que se lo pregunte: una botella de vino malo son dos cartones de vino.
Y el alcohol es alcohol.
La tele se rompió hace unos meses. Un colega me dijo que me
lo arreglaría si me dejaba dar por culo. En aquel momento nos reímos. Después
me miró fijamente a los ojos un buen rato y me paso la mano por el muslo. Yo le
metí tal patada en la boca que sangró por todo el suelo. No lo he vuelto a ver
desde entonces. Ya sabe que no hago mariconadas de esas. Si fuese una chica con
grandes tetas y un buen culo, quizás le dejaría que me diese por culo con un calzonpolla, después de haberle empujado yo la mierda a ella, claro. Quid pro quo, baby.
Los vecinos se estaban tomando un descanso y, sin aquella música de viento
metal que hacía su colchón, el efecto del porro estaba desapareciendo. No me
puse más excusas, me vestí y bajé. Al salir del portal me encendí un cigarro.
El humo canceroso del tabaco me quitó las náuseas, de hecho tenía hambre.
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