10 junio, 2014

Una pequeña tarde de no ficción


La dieta de UK está haciendo estragos con mi figura de sireno, por lo que he decidido que tengo que ponerme a correr o algo. Y así he hecho durante dos días, de momento.

Me he ido a correr, al sitio de siempre y con las pintas de desarrapado de siempre. Para llegar allí, suelo ir andando porque corriendo no me da. El parque no es en realidad un parque. Yo lo llamo así porque otra palabra parece fuera de lugar: es una explanada de hierba que da transito a diferentes caminos: hacia la universidad, hacia los suburbs (sentido americano) y hacia el centro. Hay más caminos pero básicamente son estos. Quizás podría llamarla explanada o campo, directamente, un clareo de bosque... a saber. El hecho es que he llegado, me he puesto a correr, le he dado dos vueltas: lo que no llegará al kilometro, y luego otra andando. En esa tercera es donde se me ha ocurrido la genialidad.

En una parte alejada de los caminos, un par de chavales disfrutaban del sol y de un poco de hierba, cada vez que pasaba me llegaba el olor a la santa maria (vaya forma de llamarla alguien que nunca la ha probado) y los comentarios de los chavales.

Volvamos: tercera vuelta, iba andando y sabía que era posible que se metiesen conmigo así que me acordé de “Ray”, la peli de Jamie Foxx e hice que sucediese la magia. Me empecé a rascar el brazo, también detrás de la nuca, me abracé con el que me quedaba libre y simulé el nervio del yonki; no necesitaba sudar porque acababa de correr y estaba bañado como una puta babosa. Y ahí llegaba, como la paga a un buen servicio de prostituta, escuché: “Dude, he’s sick”. ¡Sí, joder! Había colado, se lo habían creído. Nada más cruzar su línea de visión y sabiendo que ya no podían verme la cara, sonreí levemente, como Spacey en Sospechosos habituales: “Who is Keyser Söze now, motherfuckers?!”, pensé.

A la vuelta me he puesto a pensar que los chavales podrían llamar a la policía. Me he imaginado dándoles excusas en inglés: que si soy actor, que si no se qué, encarándome, pidiéndole, no, exigiéndole que me hagan un análisis de drogas, los policías adulterando el resultado, yo jodido en una cárcel peruana... Luego me he acordado que los chavales estaban fumando droja: no soy tan buen actor y ellos no iban a llamar a la policía. 

En ese camino de vuelta, una escena me ha hecho salir de las abstracciones mentales: un viejo con una bolsa de la charity shop de Oxfam discutiendo con un pobre desgraciado cojo que andaba con dos muletas. Se estaban poniendo finos. La ironía de la bolsa es lo de menos, puede que el anciano no viniese de ahí. Pero no he podido evitar caer en el tópico del anciano que a toda persona pobre la considera una vaga: “lazy bastards!”, diría el señor mayor, aunque no he llegado a escucharle esas palabras. Llamar a un pobre “vago” es tener poca vergüenza, además: ¿y qué si es vaga?, el hombre sin trabajar no puede tener dinero. Pero entonces es solo eso, una cuestión de dinero (siempre lo es). Entonces, ¿si a ese vagabundo le tocase la lotería dejaría de ser vago? No. Pero entonces no es solo dinero, es también cómo lo ganes. Es un ciclo sin fin, en el que seas rico o no, a no ser que te deslomes, para la sociedad no tienes valor. Lo cual tiene sentido teniendo en cuenta que tu trabajo es lo único que aportas al conjunto. Pero siendo rico generas trabajo en tu entorno, entonces aportas aunque no trabajes. No sé, creo que siempre me pondré del lado del vagabundo por lo que me toca.

1 comentario:

  1. Mucho fede mucho fede eh, eh!!! Un abrazo farinas. Buen trabajo

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