17 junio, 2014

Qué difícil es ser un caballero en estos días



Existe cierto tipo de situaciones, que en otrora te establecían como caballero y un hombre de bien. Y que hoy en día te dejan como Farinelli il Castrato (*) en el mejor de los casos.

Pongo en situación:

Visitas a esa amiga, que nunca fue mucho más que eso: una buena amiga que ahora vive en otra ciudad. Tenéis un fin de semana bastante completo, pero con una sorpresa imprevista que de vez en cuando os viene a joder, a dar por culo bien dado: ella se ha enamorado pero no es correspondida. Y es que ahí está el problema, en esa última parte, esa falta de correspondencia que la ha vuelto un poco loca.

Ya sea por falta de espacio, que en un piso de 70 m2 para tres inquilinos es más que comprensible (ella y sus dos compañeros), o porque simplemente donde hay confianza, la hay, duermes en su cama. Y ella a tu lado.

 Antes de meteros, te pregunta si no te importa que duerma en bragas. Ya la has visto casi desnuda más de una vez, y según sus palabras: “eres como mi hermano”. Porque un tío nunca diría eso. Permíteme el inciso, si ya es difícil demostrar que solo tienes una amistad con una tía, es decir, probar la existencia de la amistad pura entre chico y chica, demostrar un sentimiento fraternal entre ambos es imposible (a un tío siempre le apetece). Ese día, que se me ha olvidado contarlo, habéis salido de fiesta, ella se cruzó con su enamorante pero que no quiso hacer de enamorado. Y si quizás a partir de ese momento la fiesta se acabó, el alcohol y la conversación de turno, no.

Dicho esto, volvamos a la cama, donde dormís ambos. A eso de la media hora o una hora de estar en el sobre, notas una mano, algo fría y de una humedad salina, que te toca donde te gusta que te toquen. Ella te habla, y te llegan sus palabras, su despecho, su aliento aun etílico  y sus besos faltos de amor, y piensas: "ahora, ¿qué coño hago yo?". Porque lo primero que habla es el cuerpo, que entiende mucho, y te dice: "déjate llevar". Aunque más que decírtelo el cuerpo es un personaje de acción, así que actúa, y sientes al árbol que tienes a media altura crecer. Pero el cerebro, que es como uno de esos inspectores de hacienda que llegan tarde a los casos de corrupción, te dice "Achtung" (porque desde Kant la razón paso a ser germana). Veamos como sucede a pie de cama:

—No, Elena —le dices.

Elena no te habla, su cuerpo caliente sí, no para de hablarte, es un monologuista incansable que no deja dialogar. Así que la apartas con cuidado, suave pero con intención, como el empujón de un niño.

—Pero, ¿por qué no? —te pregunta.

Ahora es el turno de Immanuel, y sueltas esa serie de razonamientos que ni tú te los crees.

—Porque si lo hiciésemos. Imagina que lo hiciésemos —así que te lo imaginas, porque esto ya es más para ti que para ella—. Lo haríamos sólo por una razón: porque nos apetece. Y hay muchas razones por las que no hacerlo: ¿no te parece que tenemos una buena amistad? A mí, y seguro que tú también piensas así, no me apetecería joderla por el sexo, además de que estás pilladísima por ese chico y que estás borracha. Y yo también estoy borracho... Es mejor que no lo hagamos.

Y te quedas en silencio, y ves como has puesto a la pequeña germana, que tiene Elena dentro de la cabeza, a trabajar. Tú, desnutrido por el esfuerzo, esperas que insista y te puedas alimentar de ese pequeño gran deseo que te consume. Os miráis un buen rato, y habla ella:

—Pero... —y hace un último intento, desganado, sin alma. Que sabes que si lo aprovechases, ahora serías tú el rechazado. Así que esperas.

Ella se da media vuelta. Y te quedas solo en la cama acompañado, pensando que en otro tiempo por algo así serías un héroe de novela (romántica al menos); un caballero de capa, frac y chistera. Pero que ahora no eres más que el conejo que sale del sombrero. Y que mañana vendrá la mofa, que puedes haber perdido a una amiga por no haber sabido consolarla y...

—Al menos, déjame que te abrace —te susurra.

Y con esa suplica y el abrazo fraternal, cálido y de la ternura navideña que lo acompaña, cierras los ojos. Y al rato te duermes.


Farinelli Il Castrato
(*): Término campechano, originario de la región de la huerta de Murcia con influencias italianas. Viene a significar: “mariquita, gilipollas”. Entendiéndose ambos términos en el sentido hispánico de: “dejar pasar una oportunidad”. Totalmente inventado, por cierto.

1 comentario:

  1. SUBNORMAL, PERO COMO TE SACA LA PASTA ESE ENGAÑATONTOS DEL EZCRITOR

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